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Artois.
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Librodot Los reyes malditos VI - La flor de lis y el león Maurice Druon
Roberto había propuesto estos comisarios a Felipe VI, es decir, los había elegido
practicamente... «Se podría nombrar a Bouchart de Montmorency; siempre nos ha servido
lealmente... Se podría nombrar a Pedro de Cugnieres; es hombre prudente a quien todos respetan...»
Y lo mismo hizo con los notarios, entre los cuales figuraban Pedro de Tesson, que había estado
agregado durante veinte años a la casa de Valois y luego a la de Roberto.
Nunca se había sentido tan importante Pedro de Tesson; nunca había sido tratado con tan
íntima amistad, ni colmado de tantas piezas de tela para vestidos de su mujer, ni había recibido
tantos saquitos de oro para el mismo. Sin embargo, estaba fatigado, ya que Roberto lo hostigaba, y
la vitalidad de este hombre era agotadora.
En primer lugar, monseñor Roberto estaba casi siempre de pie. Se paseaba sin cesar por su
gabinete, entre las altas figuras de los santos. Lógícamente el maestro Tesson no podía sentarse en
presencia de tan elevado personaje como un par de Francia. Ahora bien, los notarios trabajan
normalmente sentados.
El maestro Tesson tenía, pues, que sostener siempre su cartera de cuero negro, que no se
atrevía a colocar sobre los brocados, y de la que iba sacando uno tras otro los documentos. Temía
acabar este proceso con mal de riñones para toda su vida.
-He visto -dijo respondiendo a la pregunta de Roberto- al antiguo baile Guillermo de la
Planche, que está actualmente detenido en el Chatelet. La señora Divion había ido a verlo antes; ha
declarado tal como esperábamos. Pide que no os olvidéis de hablar a messire Miles de Noyers en
solicitud de gracia, porque su asunto es delicado y corre peligro de que lo cuelguen.
-Trataré de que lo suelten; que duerma tranquilo. ¿Habéis interrogado a Simon Dourier?
-Aún no, monseñor, pero he estado con él. Está dispuesto a declarar delante de los
comisarios que se hallaba presente el día de 1302 en que el conde Roberto II, vuestro abuelo, poco
antes de morir, dictó la carta que confirmaba vuestro derecho a la herencia de Artois.
-¡Ah, muy bien, muy bien!...
-Le he prometido también que lo volveríais a admitir en vuestra casa y que lo
pensionaríais...
-¿Por qué fue echado? -preguntó Roberto.
El notario esbozó el gesto del que se pone dinero en el bolsillo.
-¡Bah!, ahora es viejo, y ha tenido tiempo de arrepentirse -exclamó Roberto-. Le daré cien
libras al año, alojamiento y ropa.
-Manessier de Lannoy confirmará que las cartas sustraídas fueron quemadas por la señora
Mahaut... Su casa, como sabéis, la iban a vender para pagar sus deudas a los Lombardos; os
agradece mucho que haya podido conservar el techo.
-Yo soy bueno; eso no se sabe bastante -dijo Roberto-. ¿No me decís nada de Juvigny, el
antiguo criado de Enguerrando?
El notario bajó la cabeza con aire culpable.
-No he conseguido nada -dijo-; se niega, alegando que no sabe nada, que no se acuerda.
-¡Cómo! -exclamó Roberto-. Yo mismo fui a hablarle al Louvre, donde está pensionado
para hacer muy poca cosa, y le hablé. ¿Y se obstina en no acordarse? Ved, pues, si lo ponéis un
poco en el tormento. La vista de las tenazas le ayudará, tal vez, a decir la verdad.
-Monseñor -respondió tristemente el notario-, se atormenta a los acusados, pero todavía no a
los testigos.
-Entonces hacedle saber, al menos, que si no le vuelve la memoria, le haré suprimir la
pensión. Yo soy bueno, pero es preciso que me ayuden a serlo.
Cogió un candelabro de bronce que pesaba sus buenos siete kilos, y mientras paseaba, lo
hacía saltar de una mano a otra.
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El notario pensó en la injusticia de la naturaleza que concede tanta fuerza muscular a
personas que sOlo la emplean para divertirse, y tan poca a los pobres notarios que han de llevar su
pesada cartera de cuero negro.
-¿No teméis, monseñor, que si le suprimís a Juvigny el sueldo, lo pueda obtener de la
condesa Mahaut?
Roberto se detuvo.
-¿Mahaut? -exclamó-. Pero sí no puede nada; se esconde, tiene miedo. ¿Se la ha visto por la
corte desde hace mucho tiempo? No se mueve, tiembla, sabe que está perdida.
-Dios os oiga, monseñor, Dios os oiga. Seguro que ganaremos, pero no sin algunos
contratiempos...
Tesson vacilaba en continuar, no por temor a lo que iba a decir, sino por el peso de la
cartera. Aun le quedaban cinco o diez minutos de estar de pie.
-Me han informado -continuó- de que siguen a nuestros comisarios en Artois, y que nuestros
testigos son visitados por otras personas. Además, ha habido últimamente un cierto movimiento de
mensajeros entre el palacio de la señora Mahaut y Dijon. Han visto cruzar su puerta a diversos
jinetes con la librea de Borgoña...
Estaba claro que Mahaut intentaba estrechar sus lazos con el duque Eudes. Ahora bien, el
partido de Borgoña disponía en la corte del apoyo de la reina. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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